lunes, 23 de enero de 2012

Propuesta para feministas

Publicado en END 18/10/2011

“No se nace mujer, se llega a serlo”
Simone de Beauvour

Propuesta para feministas
Imagen, Tomado de Internet: Google / end
La posibilidad de concebir, al mismo tiempo que nos da una distinción fisiológica y moral significativa, también ha significado para la mujer un inmenso costo social, político y económico. La construcción del concepto de naciones, la cimentación de las religiones y las luchas ideológicas, religiosas, económicas y políticas de la mayor parte de la historia, estuvo en manos de hombres. La configuración geopolítica y social del mundo es en gran medida consecuencia del liderazgo y pensamiento masculino.

Estar embarazada conllevaba un estado de fragilidad, debiendo tomar un rol social pasivo y circunscrito a sus propias condicionantes fisiológicas, cediendo todos los espacios de poder político y económico a los hombres. Además de esta condicionante natural, la sociedad --liderada por hombres-- instauró un sin número de ritos y valores sociales para controlar a la mujer aún más. Mitos y tabúes en conjunto con diversas creencias religiosas edificaron un “modelo” de mujer, que debía estar sometida al hombre.

La magia de la maternidad, su evidente superioridad sexual, su sensibilidad natural, su intuición privilegiada y su inagotable capacidad de amar, provocó en el hombre la desesperada necesidad de controlar a este género que a todas luces posee una mística única. El hombre decidió conceder a la mujer el status de Madonna para mediante la adoración controlarla.

El hombre privó a la mujer de educación, movilidad e independencia económica. Se crearon las normas necesarias para garantizar la subordinación femenina. En los primeros decenios del cristianismo se les catalogó de brujas por desear o poseer conocimiento y las quemó en las hogueras por millares. En muchas ciudades árabes y africanas aún se acostumbra cauterizar el clítoris o cortarles los labios superiores de la vagina para que no sean capaces del goce sexual. “Nadie puede objetar que a las mujeres se les ha dado, a través de la historia, un trato infame.”

Se les controló sexualmente con estigmas, se les catalogó de “impuras” o “vírgenes”, se les dio “protección” y “status social” con el matrimonio, a cambio de su enajenación absoluta. La elevó y desde lo alto la ha controlado. El maestro espiritual hindú Osho, ha disertado sobre esta “adoración”, señalando que “una vez que tu ego está convencido, te han capturado. Ya no puedes cambiar de postura. Pedir la igualdad sería una especie de caída, tendrías que descender para ser igual.”. (Osho, 2009).

En nuestra historia moderna, algunas sociedades han obtenido grandes conquistas en pro de los derechos de la mujer. El uso de la píldora anticonceptiva a partir de los años 60 ha revolucionado la vida de los seres humanos, permitiendo a la mujer controlar – por cuenta propia – sus derechos reproductivos sin privarla de vivir una vida sexual plena.

Paralelamente, se ha producido un fenómeno de “liberación sexual”, evidenciado en una mayor diversificación sexual, también llamado “sexo sin compromisos”. En estas sociedades la mujer ha salido a demostrarle al mundo que posee el mismo apetito sexual que el hombre, se ha desprendido de los títulos de “castas”, “vírgenes” y “puras y ha creado nuevos estigmas (sin que necesariamente se erradicaran los anteriores) de: “mojigata”, “santurrona”, “lenta”, “atrasada”, entre otros a las que no comulguen con sus nuevos intereses. ¿Hasta dónde las mujeres occidentales en una supuesta “liberación” han venido a “imitar” al hombre?

De muchas formas, esta manifiesta liberación sexual también beneficia al hombre. Antes controlaba a las mujeres mediante el matrimonio, la virginidad y la exclusividad sexual a cambio de protección económica y social, ahora – sin que por eso haya dejado de controlarlas- no debe dar nada a cambio. ¿Hasta qué punto esta supuesta “liberación” es una nueva conspiración masculina? ¿Hasta dónde ha servido para disfrutar de su condición polígama sin necesidad de recurrir a prostitutas o infidelidades? ¿Es realmente esta “liberación” una práctica tan revolucionaria para la mujer como ha sido el uso de la píldora anticonceptiva?

La imitación de la mujer de la conducta tradicionalmente masculina es un error. Los índices de pobreza, ilegalidad, terrorismo y delincuencia en el mundo nos prueban que la fórmula masculina de enfrentar la vida y sus andamiajes no ha sido la más idónea. La entrada en escena de la mujer no puede significar una repetición de las mismas “estrategias” y actitudes.

La condición monógama de muchas mujeres (pues sus instintos sexuales en muchos casos responden a incentivos distintos a los masculinos), su mayor predisposición a la sensibilidad, el cariño y la ternura no son sinónimos de sumisión y control, no tienen por qué ser considerados una vulnerabilidad. Se ha hecho un falso paralelismo entre mostrar tu “feminidad” y la sumisión y enajenación.

No hay debilidad alguna en las caricias o en la ternura, no tienen porqué condicionar tu capacidad de decidir, de cambiar, de negarte, de ser feliz, de sentirte plena o entregarte según te ordene tu conciencia, tus sentimientos e instintos más íntimos.

Fortaleciendo nuestra incidencia en la creación y aplicación de normas jurídicas en contra del abuso físico, sexual y psicológico femenino y remarcando las diferencias y, por ende, las fortalezas de cada sexo el hombre cederá paulatinamente en su afán de control y subordinación de la mujer en general. Si continuamos pregonando que nuestra única fuente de reconocimiento válida es la admiración y el deseo a nuestro cuerpo no seremos nunca capaces de obtener reconocimiento por nuestros pensamientos y capacidades mentales.

A 50 años de la píldora, ¿de cuánto del control social, religioso y psicológico nos hemos realmente liberado? ¿Cuánto del verdadero poder femenino como generador de cambios sociales positivos hemos malgastado por pretender controlar lo que a su vez nos controla? ¿Cuándo exigirán el liderazgo de sus instituciones religiosas? ¿Cuándo vamos a dejar de ser iconos “sagrados” o “sexuales” para convertirnos en tomadoras de decisiones y agentes políticos y económicos en iguales proporciones que los hombres? ¿Hasta cuándo – por nacer mujer – se nos elegirá de antemano nuestro lugar en el mundo? ¿Cuándo la decisión de ser madres y esposas dejará de ser una imposición social para convertirse en una decisión soberana de cada mujer? ¿Cuándo acoplaremos - en pro de una sociedad pluralista y sin distinciones de género – nuestra característica sensibilidad y poder instintivo con la demostrada impulsividad y violencia del hombre?

El reto de la mujer no es únicamente llegar a tener los mismos espacios ya conquistados por los hombres. Su verdadero reto es mostrar su portentosa capacidad de persuasión y sensibilización - sin necesidad de recurrir a la violencia, a las religiones o a las mentiras - y poder llegar a compartir dichos espacios. No hay reivindicación alguna en arrebatar lo que posee otro y consideramos injusto, sino en mostrarles una forma de tenencia en conjunto profundamente distinta.

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