lunes, 23 de enero de 2012

La palabra, más allá de la imagen




Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir. La condición de ser poeta no es una elección a plena conciencia, es una condición intrínseca que forma parte de la composición genética de aquellos que nos aventuramos en el oficio de la poesía. Se han tratado de crear estándares para evaluar la “calidad” de un poema. A mi criterio, no existe una evaluación que sea suficientemente objetiva para evaluar el “sentimiento”. El fin último del lector es el reconocimiento de los sentimientos que emanan del poema. La necesidad del escritor de trasmitir, de fundirse a si mismo en una hoja y hacer saber al mundo que su sentimiento se hizo pensamiento y el pensamiento fecundó su mente con palabras e hizo nacer un poema.

Esas palabras crean una atmósfera nueva entre el pensamiento, el sentimiento y el lenguaje. La emotividad y la sensibilidad no es posible trasmitirla sin palabras. Mallarmé solía reprender a Degas al decirle, Pero los versos oh, Degas, no se hacen con ideas, sino con palabras. El poeta debe hacer de sus palabras cuerpos gloriosos.

Difiero del axioma que dice que una imagen puede más que mil palabras. El poder de la palabra va más allá que la imagen. A lo largo de nuestras vidas algunas palabras sentaran un precedente emocional más allá de la simple visualización. Ellas provocarán miles de imágenes y emociones simultáneas. No tendrán tiempo ni espacio preciso, serán omnipresentes en tu existencia. Está la palabra histórica que marca la vida de un pueblo; “Pero aquí están estos muchachos, que continuarán la lucha emprendida”; la palabra social que movilizó masas; “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad…”; el enunciado fatal conocido por todos: “La historia me absolverá” y la palabra íntima que se entrega al amado/a: “Mi misión es hacerte feliz”.

No se puede medir la calidad de un poema, podemos medir únicamente la intensidad del sentimiento que evoca. Bien decía Ernesto Mejía Sánchez que al leer un poema, tomamos una estrella en nuestras manos. “Ensayé la palabra, su medida, / el espacio que ocupa. La tomé / de los labios, la puse con cuidado / en tu mano. Que no se escape. ¡Empuña! / Cuenta hasta dos [lo más difícil]. / Ábrela ahora: una estrella en tu mano.

http://www.escritoresnicaragua.com/2010/09/22/la-palabra-mas-alla-de-la-imagen/

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