lunes, 23 de enero de 2012

Entre el silencio y el bullicio

Publicado en END 23/07/2010

“Lo único que sé y he dicho hasta aburrir,
es que escribir es un acto de amor.”
Juan Carlos Onetti

Hace pocos días leía un curioso artículo de Guillermo Rothschuh Villanueva sobre la facultad de algunos periodistas y escritores, y la suya propia de escribir, y leer en medio del bullicio, mofándose abiertamente de aquellos que necesitamos cierto nivel de silencio y soledad para concentrarnos en nuestras escrituras y lecturas. Además de cierta dosis de humor, de sus reflexiones se desprende una cierta añoranza por esa vida de trabajo en medio del repiqueteo de las máquinas de escribir, la camaradería entre periodistas y la parafernalia de las salas de redacción de los periódicos.

Decía que aquellos que exigían silencio para escribir no hacían más que decepcionarlos al día siguiente al descubrir que sus escritos “no se trataban de una obra cumbre”. Para enfatizar, sentenció que todo aquel que exige silencio para escribir nunca ha trabajado en una sala de redacción, aparentemente a falta de esta experiencia está uno en desventaja para iniciarse en el oficio de escritor.

Se burla de las manías de los escritores, de los que necesitan cierta temperatura, una cápsula hermética o el más absoluto silencio. Invoca – o al menos lo intenta– a aquellos grandes escritores que se han iniciado en el oficio periodístico. No quedé muy clara si su insinuación quería desembocar en el aforismo de que los buenos cuentistas y novelistas suelen escribir en medio de la algarabía; “Sería incurrir en un bizantinismo alegar que se trata de un oficio, arte o profesión, con no menos exigencias que las demandadas por cuentistas o novelistas”. Considero poco probable que García Márquez en sus tiempos de periodista pudiese solicitar una temperatura específica, tener una flor amarilla sobre su escritorio y merodear descalzo o que Vargas Llosa pudiera llenar las salas de redacción con figuritas de hipopótamos. El propio García Márquez en una entrevista que diera a la revista cubana “Opina” señaló: “No puedo escribir escuchando música, porque le pongo más atención a la música que a lo que estoy escribiendo. Tengo que escribir en absoluto silencio;” El inmortal, Horacio Quiroga escribió sus mejores relatos en medio de la selva, en absoluto silencio, en Misiones.

En el libro “Escribir es un tic” del italiano Francesco Piccolo y “Cuando llegan las musas” de los españoles Ángel Esteban y Raúl Cremades, realizando entrevistas, revisando correspondencia o documentación privada revelaron todas las manías de muchos de nuestros más queridos escritores. Según los hallazgos del libro, no existe una fórmula única en el oficio de la escritura y cada uno(a) – algunos más excéntricos que otros – han tenido sus propios rituales y necesidades.

En dichos textos, me resultaron particularmente reveladores las declaraciones de Octavio Paz, quien dice poder escribir un poema en cualquier circunstancia, pero cuando se trata de prosa “hay que escribirla en un sitio tranquilo y aislado, aunque sea en el baño. Pero por encima de todo es esencial tener uno o dos diccionarios a mano. El teléfono es el demonio del escritor. Y el diccionario en su ángel guardián”. William Faulkner, declaró que “el único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Marguerite Duras expresaba necesitar una botella de whisky siempre a mano, “una marca de tinta negra difícil de encontrar y la misma mesa y la misma silla delante de la misma ventana. Y, sobre todo, la casa en silencio, una casa tan querida que la consideraba “un caparazón protector”. Aún más novedosa, Isabel Allende quien “enciende una vela y cuando la vela se apaga, deja de escribir, esté por donde esté. Lo deja todo.”
Hemingway escribía en un café y también sentía la necesidad de hacerlo encerrado en una habitación donde permanecía largas horas hasta asegurarse que dejaba su texto justo dónde sabía que debía iniciarlo el día siguiente. Indicando además que las mejores páginas se escriben estando enamorado. Al ruso León Tolstoi, “le gustaba el silencio y la soledad. Una sola interrupción, un ruido impensado y una obra maestra se quedaba en el basurero.” El mismo silencio de monasterio que necesitaba el gran poeta español, Juan Ramón Jiménez.

Todos nos aproximamos al vicio de la escritura en formas distintas, pretender tener una fórmula “correcta” o inclusive hablar de “habilidades necesarias” me resulta un tanto pretensioso. Aún la disciplina que podría considerarse un rasgo común entre la mayoría de los novelistas y escritores citados, no es una regla. No podemos obviar aquellos casos de escritores que han pasado más de 20 años entre una obra y otra.

Todos los que precisamos ciertas condiciones para escribir alegamos que son indispensables. Valdría la pena preguntarse si estas exigencias tienen realmente algún impacto en la escritura. Hay versos que se vienen como torrenciales en medio de cualquier circunstancia (a veces las menos esperadas) y se chorrean de la mente a la pluma como por inercia, hay otros que hay que invocarlos. Cada quién tiene su proceso creador, individual, auténtico y legítimo.

Yo debo escribir en completo silencio, descalza preferiblemente, rodeada de mis libros que me dan un extraño sentido de seguridad. Primero hago un esquema a mano y lo que voy a utilizar para la pieza lo marco en rojo, después empiezo a redactarlo en mi computadora personal – me resulta imposible escribir en una computadora ajena – y preferiblemente por las noches. Necesito estar en mi propio espacio, que me resulte familiar y que vea y encuentre las cosas en la misma forma en las que las dejé. Me altera muchísimo no poder predecir la posición exacta de cómo estarán la infinidad de cosas que posan sobre mi escritorio. Generalmente necesito discutir lo que voy a escribir con alguien, eso potencializa mi motivación para hacerlo. Las veces que no logro esto, la escritura es pobre, vacía. La parte más feliz de la escritura es discutir las ideas, sea para estar de acuerdo o para destrozarse, pero siento la necesidad de verbalizar mi pensamiento, serán las manías propiedad de mi juventud. Como lectora, no hay honor más grande que recibir un texto y ser la primera en leerlo, también en silencio. En general, para cualquier actividad en la que necesite estar verdaderamente inspirada, necesito silencio. Será porque nunca fui periodista.

Aparentemente Rothschuh Villanueva no está exento de sus propias manías, debiendo escribir todos los sábados de ocho a una de la tarde religiosamente, acompasado por la música romántica de la Radio Sonora, en la misma silla de frente a la calle, con la puerta abierta. Eso sin contar las quejas interminables si por alguna razón, motivo o circunstancia tuvo alguna otra cosa que hacer de emergencia un sábado por la mañana y no pudo cumplir con su cometido.

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